Las Crónicas - 1

Tengo lo que nunca tuve: un novio que no me coge. Que tampoco es mi novio, por lo tanto es: un no novio que no me coge. Porque un amante que no me coge no existe, está proscripto, marginado a la isla border de los oxímorons. Y así de temprano llegamos a la primera hipótesis de estas crónicas: nosotros, los inconclusos, tenemos relaciones que no tienen nombre. El resto es aprendizaje, simulación o un error en el etiquetado.

El motivo no son las hipótesis. El motivo es evitar la muerte en el viaje que emprendemos. Una muerte extraña, improbable, pero que necesariamente tiene que ser una posibilidad cuando lo que nos espera es tan lejano de hallar. Dar a luz un proyecto cuya conclusión depende de que el viaje termine es la forma de mantener vivo el viaje. Crecen juntos. Se requiere mucha más energía para interrumpir dos procesos que para interrumpir uno. La crónica es mi amuleto.

Un no novio que me da polenta, un gato hediondo y demente y dos hijos que durante dos meses fueron hermanos del hijo del hombre que distingo en las multitudes. Ese sí que me coge, si a alguien le interesa saber. Sólo muy de vez en cuando, previo aviso tangente y telepático, con su pija celestial y su aura inmensa enmugrecidas por millones de kilos de mierda que a nadie le interesa sacar. El psicólogo del hombre que distingo en las multitudes y que sí me coge es como un grupo de ecologistas filtrando el agua del Riachuelo con coladores de plástico.

Este hombre, el de las multitudes y el de la pija, fue el único al que le ví la cara antes de conocerlo. En esa época cursaba segundo de medicina y los martes iba en 71 hasta Almagro, tomaba un par de fernets en un bar, escuchaba a un viejo cantar y volvía a las 4. Dormía y luego la fac. A veces me iba con algún francés que me quisiera coger. Todos la tenían grande, todos los franceses la tienen grande y todos en ese bar la tenían grande. Todavía - aún - necesitaba confirmar mi existencia: qué mejor que una de esas, enormes y sin nombre.

Salí del bar y me encontré con esta imagen - la medida en la que su ser me genera belleza es mindblowing. No se reproduce. Existe y en eso hay que creer, símil orgasmo femenino, símil felicidad infantil. Estaba sentado en el cantero, tomando cerveza con su amigo: el contexto era un vacío erótico.

Esas bellezas en las que el tiempo se detiene. Ahí es cuando la muerte se vuelve posible: para qué deberíamos tratar de evitar algo que de ninguna forma sería un problema.

El loop eterno de la electrónica y el que se proyecta en la ventana del auto durante 200 kilómetros de ruta son formas discontinuas de ese estado. Como el goteo intravenoso en el que picos y valles se reducen para emular una concentración constante que es en verdad irreal, ideal, a la que sólo se puede regresar.

Se trata de evitar la muerte en ese loop discontinuo, con el hombre de la doble negación llevándonos al sur, a mí y a los dos hijos bastardos. Eso es lo que vamos a ser por dos días. No me amenaza la impericia, me amenaza la desrealización. Como siempre, los enemigos eternos son la ilusión de la mente.